lunes, 14 de noviembre de 2016

Micro 0006 . txt

IMBÉCIL
Lo que cambió de tamaño no fue la Luna, sino la percepción que tenemos de ella.
Lo mismo pasa cuando un imbécil se convierte en presidente:
lo percibimos más inteligente, pero sigue siendo el mismo imbécil.

- Escrito el día (o la noche) de la "superluna".

jueves, 27 de octubre de 2016

Micro 0005 . txt

ABRAN CANCHA 
Paro la pelota. Mido el viento. Recalculo. Los jugadores se mueven. Las camisetas se confunden.
El arco, lejos. ¿Es ese? ¿es el mío o el contrario? ¿para acá, muchachos?
No me escuchan.
Corren como numeritos de bolillero.
¿Y si dejo la pelota acá?
¿Y si no me gusta este juego?
¿puede una no jugar?


domingo, 23 de octubre de 2016

Sentimientos Vulgares

Revolviendo letras viejas en la noche me encuentro, quitándole el polvo a los recuerdos de los dos; a músicas que nunca escuchamos juntos porque uno prefirió el silencio cuando el otro cantó.

Lo que no encuentro es un texto particular que te había escrito, y eso me hizo entrar en un espiral de preguntas del porqué de su ausencia. En él explicaba en detalles la historia fatídica que alguna vez nos unió. El vacío ocupado por el texto puso alarmas en mí, porque, dejando a mis instintos oler el polvillo y a mi cabeza pensar, intuyo que tu presencia de ayer, que tu ausencia de hoy, dejó estragos en mi integridad. Y aparentemente, para protegerme, como tu asesina elección no deseó ser menos culpable, mi poco amor propio eligió eliminar la evidencia de lo vivido; acción que ignoraba hasta hoy, hasta tomar conciencia de la desaparición de mis palabras hechas prosas que fueron dedicadas y escritas a tu nombre.


Puse un vinilo a girar. Jazz, Bix Beiderbecke. Una colección de los años ‘50. Las luces marchitas acompañan el momento. Tengo un tinto servido y un habano traído de Cuba a medio fumar. Cortesía de un amigo que viajó y lo facilitó a mi poca salud.

No estoy solo. Acompañándome hay un cuarto invitado en el salón.
Es este texto que ahora mismo escribo, que resucita aquel primero extraviado en mi memoria y borrado del ordenador. Nuevas palabras de viejas historias llenas de pelusas, como el vinilo que suena. Nuevas palabras que esta vez no borraré, y ahora cicatrizo mientras enciendo el cigarro extranjero y recojo los vidrios rotos de la secuencia que jamás terminamos de romper.

¿Saben? Mis fracasos amorosos los utilizo como insumos literarios. 

Sin embargo el que me trae a estas nuevas oraciones golpeó tanto al ego que la única poesía que le dediqué hoy no la puedo encontrar. 

El recuerdo revive en este texto a medio hacer.

¿Realmente habré borrado el original? ¿Verdaderamente te habré borrado a vos?

¿Tan triste me inmortalicé en esa historia, que me vi obligado a desaparecer su registro, aun sabiendo que los recuerdos una vez volcados en letras ya no son míos, sobre todo cuando pasan las eras y los siglos y se empieza a olvidar?

Esa poesía ausente me obliga a conocerme de nuevo. Después de todo y al contrario de lo que creí, yo también poseo sentimientos vulgares.

martes, 18 de octubre de 2016

Cómo dejé de ser hombre, y volví a serlo, en 24 horas




Voy a contarles la historia de cómo dejé de ser hombre, y volví a serlo, en veinticuatro horas. 
Es una historia donde actué de acosador, aun sin haber aceptado el papel previamente. Viví a través de los ojos de otro, pero nunca dejé de ser yo. Me transformé en uno de esos insultos que intentan poseer algo que no se puede poseer. Fui de esos que quieren interpretar un si en todos los no, que confunden queja y disfrute, o goce y violación. 
Eso sentí ser. Así dejé de ser hombre por un día. Así entendí de verdad.


Estaba en la parada de colectivo aguardando por la nave, y en el muelle de la espera me encontré con un profesor que me había estado ayudando con la tesis. Él venia del hospital, yo del trabajo. Me contó sobre una lesión, creo que en el ojo o algo así. Al instante llegó el colectivo y ambos nos subimos al mismo. Él primero, claro. La educación siempre a flor de piel.
El 553 venía lleno como de costumbre. La parada al frente del Hospital Privado de la Comunidad era un punto crítico, y mi falta de apuro por arribar, o tal vez esa necesidad de ceder el paso a cualquiera, hacían imposible que tuviera la más mínima posibilidad de ubicar una butaca vacía. Esta vez, al menos, el ir parado se acompañaba con una charla que hacía más ameno el viaje. Y desde entre todas las caras, la vi.
Sus ojos me perforaron como un arma letal. Entre azules y verdes me miraron así como yo los miraba. Era ella. Rubia, hermosa, con una boca bien roja y pintada, vestida para ir a trabajar. Me enamoré. Sentí como me traspasaba el cráneo con su intensidad. Imaginé en un instante el gusto de sus labios y mil cosas más.
Al momento siguiente todo lo que venía contándome mi profesor, de las máquinas envasadoras y los puentes grúa, poco importaba, pues mi completa y absoluta atención estaba puesta en esa muchacha que parecía sacada de una película. Y lo curioso no era solo haber encontrado semejante mujer arriba del colectivo; no hay nada raro en cruzarse con todo tipo de personas por la calle. Lo interesante era que nunca corrió sus ojos de mí. Me clavó la vista y no me la apartó, cosa que me resultó extraña y desafiante. “¿Le gusté?”.

¿Por qué me seguía mirando? ¿Qué hay que hacer en una situación así, cuando quien te sale al cruce de miradas no cede como cede todo el mundo? Más de una vez se han impacientado con mi forma de observar. Intento ser perspicaz, agudo. Trato de que no se me escape ningún detalle. Y miro, fijo y altanero, a los ojos de quien deseo mirar. Esta vez era como una batalla por ver quien lograba impacientar al otro. ¿O le había gustado de verdad?
Empecé a temer, entonces, que el amor de mi vida fuera a bajarse pronto, y no me diera tiempo a reaccionar o idear algún plan para, al menos, sacar un número telefónico. No sería la primera vez que me la diera de geta con una mujer, aunque el acto kamikaze es menos terrible si uno es consciente y de antemano sabe cual es la respuesta más probable, ese “no” rotundo al que casi todos estamos acostumbrados. En realidad creía saberlo, pues luego la situación se fue de control.
Dicho y hecho, a pocas cuadras de que mis sospechas comenzaran a alimentar las cavilaciones, ella, que aún hasta el final de su recorrido no abandonó el campo de batalla de las miradas, se paró para descender del vehículo. “¿Le gusté? ¿A esa hermosura le gusté?”.
Y se bajó. A mí me quedaban mil cuadras y la eternidad de mi viaje viró. Ahora cada metro que avanzara el colectivo era un abismo que me alejaba a esa pequeña posibilidad de conocer a la mujer más sensual que recordaba haber visto en lo efímero de la vida, y en un arranque delirante me bajé en la parada siguiente, volviendo sobre la marcha y buscando a donde había ido la perfección. De hecho la encontré, esperando entrar a un edificio. Y a partir de ahí, dejé de ser hombre.

Cuando me acerqué la piba rápidamente cambió sus expresiones. Yo venía sonriente. Nervioso, si claro, pero sereno y confiado. ¿Qué tenía de raro? Todos me conocen, saben quién soy y que clase de persona aspiro ser, no así esa chica, cuyo rostro se deformó rápidamente, teñido de una especie de miedo y pavor. Era de esperarse. Un pibe de mis características se le estaba acercando, el pibe del bondi, sin ninguna pausa ni duda. 
Su reacción instantánea me bloqueó. Imagínense lo que fue para mí entender, en cuestión de milisegundos, qué estaba ocurriendo, o en realidad no entender nada, una vez habiéndome presentado como una amenaza para ella. Ante su expresión de extrañeza no supe qué hacer, ni qué decir. ¿Como explicarle lo que pretendía, como expresar lo que expreso ahora en este texto, tranquilo y pausado, eligiendo las palabras, madurando la situación, sin que pareciera un acoso callejero?. El bloqueo mental (todo ocurre en un instante) fue tan grande, que mis palabras fueron torpes, mi pedido inconexo, y fui derecho al tacho. Dije chau, sin ninguna explicación, y me retiré, completamente odiado conmigo mismo y con la situación. ¿Qué había hecho?

El resto del día no hice más que martirizarme por la acción que había realizado. Me había convertido en eso que siempre critico, en eso que aborrezco. Machismo, acoso, violencia. Sentía que había encarnado todo eso en un solo atropello. Solo a una persona le conté la situación, quien trató, en su mejor esfuerzo, de meterme la cabeza en una cubeta con agua bien fría. No pudo. Nadie podía. Me fui a dormir odiado con mi mismo y mi estupidez.

Resulta que al otro día no había cambiado mucho mi mal humor. Fui a trabajar, y luego para despejar decidí ir caminando desde donde cumplo parte de mi trabajo hacía donde cumplo otra parte de mi trabajo. Y casualmente, tal vez sin quererlo o tal vez por una jugada maestra del inconsciente, volví a pasar por la esquina en donde había tenido el encuentro fatídico del día anterior. Reconocí la puerta, el edificio. Y se me ocurrió una brillante idea: Dejar una nota pidiendo disculpas.
Compré cinta adhesiva, redacté un sincericidio. La carta no tenía nombres. 
Respiré, un poco más aliviado.
Llegué a la oficina, hice mis quehaceres. Una mañana normal.

Al momento de retirarnos, un compañero del trabajo me propuso que camináramos juntos unas cuadras para que luego él tomara su camino y yo siguiera el propio. Y así fue. Nos acompañamos hasta Peña y Córdoba, y luego nos dividimos para que otra vez me encontrase en el mismo camino, cerca de la escena del crimen. Si bien ya había hecho el descargo conmigo mismo y con el perdón, sentí la necesidad de ir a chequear la nota o lo que fuera.
Empecé a caminar hacia donde había estado horas antes para ver qué había ocurrido con el papel, si seguía ahí pegado o si se había volado. Y en ese trayecto, fumando un cigarrillo sentada en la entrada, me la encontré a ella.

“Que suerte la mía”, pensé, pues el azar me daba una oportunidad para redimirme personalmente.

Me senté a su lado, le sonreí, nos saludamos. Le dije “che… perdoname”, así, con acento en la a, bien argento.
Le expliqué mi fantasía, todo lo que había ocurrido desde que había creído que la conexión existía. Pero no, no existía ¿cómo iba a existir? Ella era hermosa, yo soy un fiasco.

- Te miraba porque vos me mirabas - dijo, con crudeza.

Le pedí si tenía un pucho y me convidó. Charlamos un rato, hasta la hice sonreír un par de veces.

- Ahora comprendo - le comenté - ¿Esto te pasa seguido, no?

- Justo el día anterior un viejo se me abalanzó encima en la calle. No supe que hacer. Fue una situación horrible. Me pasa seguido. A todas nos pasa.

Lo entendí todo. Pajeros, machos, imbéciles, lagartijas patéticas. Faltos de todo y en falta con todos y especialmente, en falta con ellas las mujeres. Cuanto había aprendido en tan poco tiempo.

Confesé: 
- Ahora entiendo de qué se trata. Siempre he militado por el feminismo y la igualdad de género. Por un mundo más justo, más limpio, sin este patriarcado asesino. Voy a las marchas, expreso y digo lo que siento sobre el tema en cuanto tengo una oportunidad o un espacio. Defiendo al movimiento. Me considero un feminista. Sin embargo, es la primera vez que encarno una situación tal en donde yo soy la amenaza y el acosador. Jamás me había sentido tan mal al ver la reacción de una persona por mi atropello. Fue la empatía, al comprender lo que estabas viendo del otro lado en ese pequeño instante, lo que me hizo reaccionar y me bloqueó. Es como si yo hubiese sido también víctima. Te vuelvo a pedir disculpas. Te había dejado una nota pegada en la puerta...

No me creía. La nota nunca había llegado a su poder. Que suerte que había vuelto a caminar por los alrededores. Ella me insistía en que le dijese lo que le había dejado escrito. Me daba un poco de vergüenza decirlo en vos alta.

- Nada... lo que te acabo de decir. Que lamento mucho el episodio.

- Dale, ¿nada más?

- Nada más.

- No te creo - me dijo desafiante.

- Bueno, en realidad tenés razón, pero me da vergüenza decirlo - le comenté.

Con su mirada inquisidora recriminaba mi acto de cobardía. Así que hice una pausa, y antes de pararme para mi retiro definitivo, aun con el pucho por terminar, le dije: 
- Solo te pedía disculpas por la situación… y también expresaba mi tristeza por el mundo que tenemos, pues hicimos las cosas tan mal que destruimos toda su magia y toda posibilidad de que dos personas puedan conocerse cruzando sus miradas en un colectivo.

En ese instante se cumplían veinticuatro horas desde la primera vez que la había visto.

jueves, 13 de octubre de 2016

Lucía y la tormenta



Mar del Plata tiene playa, shopping y rambla, pero siempre va a ser una ciudad gris.

Como marplatense podes aprender dos cosas muy fácilmente. Primero, que enunciarse “Feliz” es una buena estrategia de marketing. Luego, que podes ser reconocido por algo que solo haces bien una vez al año, como estar soleado. Como marplatenses habitamos ese juego constante. Sabemos que los inviernos son duros, inestables y largos. Nos vemos poco en invierno, hacemos los mismos caminos, hablamos con los calefactores, nos cagamos de frío. Vivir acá es empezar siempre con la misma pregunta: ¿Lloverá?. Sin embargo, la maquinaria levanta su escenografía de cartón, colorida y dulce como un helado, para engañar el ojo ajeno y terminar creyendo que de verdad somos esa especie de Brasil argento. 

Cuando era chica, en esos veranos en los que todavía iba a la playa, muchas veces el día terminaba nublándose. Parecía hacerlo justo, harta de vernos atiborrarnos en la orilla de su mar, cansada de sostener la estantería, Mar del plata cerraba el cielo. Nos echaba. 

“No te preocupes, se la está tragando el mar”. 

Siempre me llamó la atención esa frase… “se la traga el mar”…. Algunas postales de nubes espectaculares, imponentes, oscuras y gigantes pasan por mi retina mental cada vez que escucho esa frase. Todas esas tormentas que fueron al mar, que no fueron, porque fueron lejos. Nosotros estúpidos festejando una victoria ¿cuál victoria? La que lloviera, por una vez, inútilmente, sobre mojado. 

Estamos en primavera, y Mar del Plata despertó gris. Está triste y conmocionada. La noticia de la semana nos toca cerca, hace temblar los cartones. Una niña de 16 años fue drogada y violada brutalmente hasta morir. Una tormenta que no se tragó el mar. La ciudad corre acéfala y emite opiniones. Las fotos de Lucía sonriente se desparraman por las redes sociales y se encolumnan en la psiquis como inmensos nubarrones. Una palabra retumba con la fuerza del peor de los truenos. Empalada. Los reflejos de la costumbre hacen que muchos quieran cerrar las ventanas. Trac, trac, como relámpagos. 

“Se anuncia un alerta meteorológico para el fin de semana”. Una alerta… 

¿Lucharemos contra el deseo de que esta tormenta se la trague el mar? La precipitación es inminente. Ojalá rompa todo. Ojalá rompa todo. Por una bendita vez, que rompa todo. Que llueva hasta que se caigan los cartones que nos inventamos. Empapate, marplatense. Guardá las ojotas. Que no te alcance la lástima para redimir esta muerte. Dejá que te rebalse por una vez la tragedia. No se la traga el mar, se la traga el miedo a cambiar lo chueco, el pensamiento deforme. Es el maldito patriarcado que mata, que usa tus marquesinas para denigrar los cuerpos, para banalizarnos. Sentite mojado, marplatense. 

No importa si llueve lejos, llueve. 
Es una tormenta que nos deja sin una mujer cada 30 horas.
JUSTICIA POR LUCÍA. BASTA DE FEMINICIDIOS.
#NiUnaMenos   

jueves, 6 de octubre de 2016

Micro 0004 . txt

LA FLOR DE LA ABUNDANCIA
Me lo imagino a Einstein cayendo re manija
a un congreso pago de espirituales reikistas new age.

La situación sería algo así:
Golpea la puerta.
Se clava un escabio.
Se limpia los bigotes con la palma de la mano.
Dice: - Energía equivale a Masa... Chau soquetes, sigan flashando fama.
Se va.
Se quedan todos caretas.
Empiezan a pedir que se les devuelva el dinero. 
Se inicia un período de conmoción social y gases lacrimógenos.
Inicia la Revolución.

jueves, 22 de septiembre de 2016

La moral de la carne

“A man must have a code”
Bunk (The Wire)

Déjenme ver si entendí bien. Un carnicero mata a un ladrón, y muchos lo aplauden porque se hizo justicia, entendiendo a la justicia como la victoria de unos principios morales por sobre otros. Porque en definitiva eso es: poner en una balanza cierto obrar y medir su peso al cotejarlo con algún estándar, ponderando y relativizando situaciones y accionares, castigando unas y premiando otras en la comparación. ¿No es acaso la imagen de la justicia una mujer sosteniendo una balanza, con sus ojos vendados y espada en mano?
La idea de justicia se basa en lo que se entiende por qué es el bien y qué es el mal, y la discusión de tales convenciones siempre ha atraído mi atención. Sobre todo porque al ponerlas en debate y diseminarlas se puede llegar a conclusiones impensadas como, por ejemplo, comprender que tanto el carnicero como el ladrón podrían haberse manejado bajo el mismo código moral en el desafortunado episodio que aquí nos compete.


Welcome to the jungle

Uno de los principios que está presente en muchas culturas y religiones, es el principio de la autopreservación. Hasta los robots de Asimov poseen en su lógica tal mandamiento, escondido en la 3ra ley de la robótica: “Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley”.
(¡Como nos la complicaste, grandioso y querido Isaac, poniendo por encima del individuo la protección de lo colectivo! ¡Cuanto provecho sacaría la humanidad al tomar como propias estas tres leyes lógicas!)

Para simplificar el debate, se podría decir que dicho principio responde a una cuestión natural, biológica, instintiva, inconsciente, pues hasta el organismo menos inteligente lucha cuando su entidad se pone en riesgo. Esta es la famosa “ley de la selva”, la de comer o ser comido, que hasta los pokemones respetan. Fijense sino que los bichitos virtuales tratarán de escapar cuando se los atrapa con una pokebola. Qué cínico que eres, oh tu maestro pokemon, tratando de encadenar la libertad de un ser vivo (poco falta para que comiencen marchas a favor de la libertad de los pikachus)

La autodefensa devenida en asesinato del otro, entendiendo el concepto "asesinato" como la anulación del prójimo (pues para mí lo puede haber en diferentes niveles, corpóreo como psicológico, social y cultural, hasta llegar al extremo de eliminar por completo la vida de la otra persona) es un valor que se impone por encima de otros valores, como por ejemplo, la empatía por toda una clase social desprovista de justicia, de comida y de oportunidades de realización. Rara vez no se respeta esta ley. Tal vez el contraejemplo más notorio es la figurita repetida del fanático kamikaze que se inmola frente al templo enemigo para aportar a la noble causa y de paso reencontrarse con su dios en la eternidad. En tal caso no puedo dejar de notar que la regla es casi la misma, pues tal sujeto entiende que es más importante asegurar el júbilo de su alma en la vida posterior, a vivir encadenado en este planeta corrompido por, según él, falsos cultos.
En una u otra situación, parece imperar en el ser la necesidad de proteger la propia existencia o la propia ley, es decir, no solo defenderse uno mismo, sino también defender lo que uno considera que es digno de defensa, noble y sagrado. La familia dirán algunos, el nombre de Alá dirán otros. Cuando no haya nada que defender; si las leyes propias corren riesgo de perecer, si el entendimiento del mundo se pone en jaque, la persona tampoco seguirá existiendo como es, peligrando su propia preservación por peligrar el mundo ya construido y entendido. Por lo tanto, la lucha contra el afuera, el externo, el otro, el enemigo, es principio fundamental de base, y es una reacción casi inevitable si peligra la vida y la realidad que cada uno desea conservar.

Para decirlo en otras palabras: no se le puede recriminar a alguien que pelea por sí mismo bajo una amenaza real o sentida (luego habrá que probar si esta amenaza es veraz).



Ningún pibe nace chorro

¿Pero en qué momento comienza esta legítima lucha?
Si la máxima de la autopreservación es un principio moral incuestionable. ¿En qué momento y bajo qué criterios uno puede asegurar que la propia existencia se pone en riesgo? Gran dilema para el poder judicial.
Contemos un cuentito, aunque mejor que lo cuente un groso como Camilo Blajaquis. Este dice más o menos así:

“Yo la primera vez que robé, compré un par de pizzas porque en mi casa estábamos cagados de hambre. Hoy eso ya no es el común, no hay una pobreza extrema como en los 90, hoy los pibes roban porque quieren pertenecer, yo robaba un auto y lo tenía por 20 minutos y me sentía que pertenecía… Toda la sociedad, la tele, la publicidad en las calles, dicen que ser es tener, ¿por qué el pibe de la villa no va a tomar ese mensaje también?” (1)

Si, el cuentito del pibe chorro, del pibe villero. Ese que todos sabemos pero pocos entendemos o al menos intentamos entender.
Al leer su reflexión vuelvo a preguntar: ¿En qué momento comienza la lucha por la supervivencia: cuando a tu casa entra un chorro enfierrado para robarte o cuando andás con hambre porque el estado está ausente y la sociedad te discrimina porque naciste desfavorecido en la repartija? ¿En dónde ponés el cero? ¿Quién decide cuándo y cuánto es “autopreservación” y cuándo y cuánto es atropello al otro injustificadamente?

Compliquémosla un poco más. “Ser es tener”, dice Camilo. ¡Qué genialidad chabón! ¿Quién lo discute? Capitalismo ergo sum. Entonces ¿Responde al instinto de supervivencia el querer “ser” (es decir, ser parte, ser social, ser de este mundo, ser de alguna manera) lo que lleva a uno a querer “tener”, y por lo tanto quien no posee los medios convencionales para lograr tal acometido sale desesperadamente a buscarlos, ya que de otra manera no “es” y, por lo tanto, peligra su supervivencia? En tal caso “tener” se convierte en un imperativo que necesariamente se debe seguir para sobrevivir, y que en ciertos extremos justifica el robar (tal imperativo justificaría también el accionar de los hijos de puta dueños del mundo ¿quién podría juzgarlos bajo esta única ley?)

Está claro que robar por comida es instinto de defensa. Y si algún conservador o cristiano llegó hasta este párrafo, agrego el adjetivo; instinto “natural” de defensa. Vieron que a ellos les encanta lo que está bajo esta ley, la de la naturaleza, y se sienten cómodos cuando se habla de lo que es natural.
Contemos un cuentito teñido de filosofía. El pibe. Ser es tener.

Sos un genio Camilo.



Llegando los monos

Que difícil resulta entonces fijar ese punto, esa línea divisoria que es de una tonalidad gris gris, al definir cuándo una persona se está defendiendo, cuándo está garantizando de alguna manera su propio subsistencia en un mundo por demás hostil e injusto. Tal vez en tal análisis pueda florecer una crítica un poco mejor fundamentada, en vez de impartir juicios a mansalva sobre lo acontecido entre el carnicero y el ladrón. Porque lo más preocupante no es el hecho trágico que a mi entender tiene dos víctimas: el pibe asesinado por la sociedad y el carnicero que carga en la espalda una cultura aborrecible; hecho lamentable aunque previsible, teñido de la animosidad exacerbada del que quedó vivo por querer "hacer justicia", transfigurado por un brote psicótico que ni siquiera le pertenece, porque es de toda una sociedad (y por lo tanto, no es de nadie). Lo más preocupante a mi entender es el aval posterior que recibe su accionar, como si esa ley fuese la única ley posible, la de Darwin, la de la supervivencia del más fuerte. La de matar o morir.

¿Estás seguro que es correcto el lado de la mecha en el que te encontrás?

Lo interesante de las cuestiones y los códigos éticos es que la gente flasha que los mismos han sido tallados en unas piedras por Jehová, o han bajado por el orar de un profeta que no iba a la montaña sino que la montaña iba hacia él. Pero la posta, querido religioso, querido conserva de latón, es que todas las normas son construcciones sociales, las cuales respondieron a lo que se sabía del mundo en un período histórico determinado, en una cultura determinada, en un lugar físico determinado y con conocimientos determinados (y sobre todo limitados). Dios no tiene nada que ver en todo esto.

Casi todos estos códigos se norman a partir de conocimientos empíricos, de lo que ha entendido el hombre como bien y mal, de lo que supo aprender para subsistir. La legítima defensa no se escapa a este conocimiento, surgido a posteriori de la experiencia. Solo la teoría kantiana, a mi entender, de ley moral como saber a priori (es decir, antes de uno mismo) merece un aplauso. El resto de las normas que se suponen preestablecidas antes del hombre, sobre todo las híper-religiosas, casi ninguna. Queda en nosotros entonces poner las reglas y discutirlas. Sobre todo esa que dice “no desear la mujer de tu prójimo” (bueno, con las novias de los amigos no se jode, claro está).

¿Al ver el cadáver festejás? ¿Decís "uno menos"? ¿Te brota un odio irracional del cuerpo, el cual se manifiesta en la espuma que te sale por la boca? Ojo con eso che.

Podríamos seguir largas horas. Citar filósofos y pensadores, transcribir aforismos supremos de tipos que la tenían mucho más clara que yo y que vos en estas cuestiones. ¿Pero de que sirve tanta teoría moral, si al dar vuelta la página vas a seguir pensando lo mismo? Como lo expliqué en una reflexión anterior, lo candente demanda y no nos podemos detener a leer extensas críticas y textos de otros. Es más importante lo que nos dice la tele. Por eso prefiero no ahondar en detalles y abrir preguntas que, por incotestadas, a lo mejor nos lleven algún día a compartir una birra y charlar largo y tendido. Con que termines de leer y te vayas con el cuestionamiento de qué carajo hicimos tan mal para llegar a tal extremo, donde se cambia alfil por peón y ladrón por asesino, me conformo por hoy.



(1) http://pausa.com.ar/2015/11/camilo-blajaquis-no-somos-monstruos/

domingo, 11 de septiembre de 2016

Micro 0003 . txt

AUTOMACHISMO
Una vez mi ex estaba estacionando su jeep en un lugar bastante complicado,
por lo que me bajé del vehículo para ayudarla cual trapito acomodador.
Justo en ese momento pasaba cerca un tipo con toda su familia.
Al ver la curiosa situación, me acusó.

"¿Cómo la dejás manejar?".

Ante tal cuestionamiento moral le tuve que responder con la verdad que,
sospecho,
sacudió su mundo reglado y su entendimiento sobre la mismísima existencia.

"El auto es de ella, yo no sé manejar".

(En realidad no le dije toda la verdad. Yo se manejar bicicletas).
El hombre se sonrió forzosamente y en silencio 
siguió caminando del brazo de su mujer.

Mi novia y yo, por otro lado, emprendimos camino hacia el teatro
con total normalidad.

domingo, 4 de septiembre de 2016

domingo, 28 de agosto de 2016

Cuadros y recuadros

“Doctor, si me deja tomar este tequila le prometo no beber en mi funeral”
Frida Kahlo


Allá va otra más, corriendo, espantada. Esta vez: la puntualidad. Nada raro. Nada vago. Ningún mensaje escondido tras palabras confusas. No. Solo pretendí que nos ajustáramos al horario pactado. “Ay, dejate fluir” me dijo, como si nos encajara la historia de Oliveira y la Maga. Así fue como se desvaneció en frases superfluas de hippismo moderno, y corrió espantada tras su príncipe rastaman.
No hay lamento: ya acepté la derrota hace rato largo. Me mantengo en el mercado solo para tratar de emparchar el corazón, inútilmente. El olvidarte no se me está dando muy fácil. El reemplazarte, menos. Porque para las locas soy demasiado serio, pero para las serias yo parezco ser el loco. Entonces no me toman ni para la chacota ni para el matrimonio, y represento siempre peligro. Oh sí, eso sí, Soy peligroso.

Hay demasiada mentira acumulada en los egos. La cordura nos cabe a todos y no hay forma de saberse desquiciado. Entre un Mondrian y un Dali está el cuadro de la vida. Ni la geometría matemática del sentir, ni la locura consciente y autodiagnosticada. Salvador decía que la diferencia entre un loco y él, es que el loco no sabía que lo estaba, pero él sí. ¡Qué estupidez Dalí! Todos quieren ser del manicomio. Todos se quieren escapar de la normalidad monotemática, orquestada por la gente cuerda, de recuadros rojos y amarillos, hoy más que nunca pintados en exceso y por doquier. Todos quieren diferenciarse de los demás ¡Todos quieren que los ojos de otros lo vean a uno loco y distinto!

De modo contrario, las señoras se amotinan cuando me conocen. Conmigo y con ellas mismas. No encajo en los esquemas. Menos en las convenciones. Lo sé, y no lo digo con orgullo. No digo “yo estoy desequilibrado” hallándome satisfactorio. No soy un desenfreno narcisista. Solo soy alguien con muchos dolores de cabeza. Entonces me ignoran y me dejan libre porque ellas no lo son. Porque, aparentemente, no entendí que nadie lo quiere ser. Bakunin, le mentiste a Pablo y a mí también. El amor en tiempos modernos no es anarquía, es San Pedro y San Valentín. No encajan los embaucadores como vos, como Frida Kahlo… 

Ah sí, la figurita de Frida, la peor. La más sínica. La más mentirosa. Nos mintió a todos. Cortesanas y salvajes comparten sus frases por igual, pero ninguna, nadie, no one, hombre o mujer, las aplica. Solo sirven para estampar remeras con su exótica cara.
Así quedo, ni cuerdo ni loco: real. Demasiado egocéntrico para quienes se creen especiales. Demasiado mundano para el orden burgués. Demasiado serio para asumir que estoy loco por vos.
Desnudo de entrañas y con el corazón en la boca, cada vez que te veo te saludo según el protocolo de conducta.
-Buen día señorita ¿cómo le va?
-Buen día caballero. A mi bien, ¿y a usted?
-Muy bien por suerte. ¿Vio?, parece que va a llover…
Luego del desarme, junto los cachitos que quedan de mí, los ordeno nuevamente en un humano más o menos presentable, y salgo a prender fuego remeras de Frida Kahlo.

Allá va otra más, corriendo, espantada. Una nueva víctima que espero alcanzar con mi antorcha.

martes, 23 de agosto de 2016

Micro 0002 . txt

BAD PEOPLE
Hoy me sentí una mala persona.
Iba por la calle mirando mis futuras pisadas. Cabizbajo, perdido en mis cavilaciones, 
hundido en mis pensamientos más oscuros.
Los dos que intercepté tuvieron que soltarse de la mano. Ruptura fugaz 
de un momento de cristal.
Luego, otros dos agarrados se apuraban por cruzar.
Imbéciles - pensé - ¿Qué prisa tiene una persona que va de la mano de otra?
Ningún auto los pisó, y me sentí una mala persona.

viernes, 5 de agosto de 2016

Vamo' a calmarno'

Nadie se quejaba cuando todos los nenes jugaban al tiki-taka en los recreos, ni cuando se gastaba bocha de guita en figuritas, como bien nos recuerda Casciari y la historia de su tarántula. 
Dejen a los pibes y no tan pibes jugar a Pokémon GO y ya. Cada uno gasta la vida como le piace.
¿O hay algo mejor que hacer?
¿O acaso leer a Umberto Eco es mejor?




Vamo’ a calmarno’

Es interesante como la indignación crece en la medida que crece una moda que, para ciertos ojos, es estúpida y poco útil, mientras que para otros viene a colmar un vacío que antes se llenaba con otra actividad un poco menos interesante que cazar pokémones, como jugar al Candy Crush encovardo frente a una tablet, o stalkear hasta el origen de los tiempos todas las redes sociales habidas y por haber. Lo efímero de ellas queda fuera de toda discusión. De hecho, a pocos les importa esta característica que, sea o no la nueva tendencia una buena práctica, resulta tan verdadera y deprimente como que Charmeleon evoluciona de Charmander.

Pero sea o no una moda que durará años o se desvanecerá en pocos días, es curioso cómo reaccionan de un lado y del otro. Casi paralelamente al mercado del “si”, de las avalanchas del consumo desmedido de un nuevo trending topic, de ese producto raro, innovador, fuera de lo común que mejorará tu vida y te ayudará a alcanzar la tan ansiada felicidad (bueno, no), aparece por oposición, por esa necesidad de referenciarse y de polarizarse, típica del ser humano, el mercado del “no”. Así nos dividen (nos dividimos) en antis y pros, levantando con orgullo el escudo en defensa de la moda o la anti-moda. Y lo dice un tipo que por lo general se ubica, no en contra, sino al lado del camino. O al menos trata: nunca lo encontré a Fito por estos lares y ya estoy bajando unos capítulos de Stranger Things.
Las noticias invaden los medios. Algunos festejan. Otros se odian. “¿A qué ha llegado la humanidad?”, se preguntan los desertores. “Que estupidizada que vienen estas nuevas generaciones” dicen los Arroyos. Porque, claro, el ser humano siempre ha sido un faro de inteligencia en el cosmos, característica hoy amenazada por Pikachus que vienen a freírnos el cerebro y distraernos de lo que realmente importa. Porque lo que realmente importa para estas otras personas, para los anti, son cosas como… ¿cómo qué? ¿Cómo el cultivo de una mente crítica y comprometida con la comunidad y el entorno en donde se desenvuelve, que con sus aportes generará un ambiente más propicio para el desarrollo holístico, metafísico, intelectual, espiritual y terrenal del hombre? ¿O como el fútbol, por ejemplo, moda ya conocida y testeada? Estar persiguiendo pokémones por la calle, ¿en que difiere de estar sentado en el sillón viendo programas de chimentos? ¿Cuál es la generación más estupidizada? Al menos la realidad aumentada nos hace caminar.



Realidad

La clave está en la palabra “realidad”.

Tal vez nos hemos encargado de estropearla tanto, esa realidad compartida, esa realidad objetiva, absoluta y de difícil comprobación, que es necesario un escape con forma de bicho raro a través de una pantalla de celular. O a través de doctos párrafos y profundas prosas en forma de libros y de historias de fantasías, contadas por un Casciari o un Umberto Eco.
Parece ser que cualquier evasión a “lo real” es adoptada con grata satisfacción y convertida en una vía de escape a la tortuosa condición humana, para enriquecer una existencia que parece mal acabada e insuficiente. Por eso algunos de nosotros persiguen monstruitos que no existen físicamente, mientras que otros persiguen ángeles y revelaciones, o goles que tampoco existen en lo concreto, en lo tangible. Los menos, siendo presos de una pródiga imaginación, van a darse de geta contra molinos de viento.

¿Qué es la realidad? ¿Qué realidad importa más? 
¿Qué pasatiempo es más útil? ¿Qué es perder el tiempo?
¿Qué es el tiempo?

¿No será que la intromisión de una nueva realidad pone en jaque la realidad ya pactada, y al hacer tambalear esta última, quienes vivían en ella salen con palos y antorchas a la caza del nuevo paradigma? ¿No será que las distracciones conocidas son mejores solo porque son conocidas, y sus antiguos consumidores necesitan reforzarlas para no hallarse tan patéticos frente a los otros, así como ellos ven a los jóvenes que buscan animalitos que solo existen a través de las pantallas de celulares ajenos?

Vamo’ a calmarno’.

Ojo, tampoco quiero que se me confunda con un paladín del Pokémon GO, o con un profeta de Ash Ketchum. No soy un adepto del jueguito nuevo. De hecho ni lo descargue, ni pienso hacerlo. Primero, porque el celular que poseo no se lo bancaría. Segundo, porque prefiero leerme un buen libro a andar tirando pokebolas virtuales. 
Me gusta viajar. Me gusta escribir. Me gusta Casciari porque está de moda.
Que no se me malinterprete.
Por último está el noble luchador, creyente en una humanidad más humanitaria, más despierta y crítica, que no puede comprender como una persona se emboba con un juguete, sea este genial o no, en vez de “hacer algo con la vida”. Ese algo sería recordar la historia, empoderarse, revelarse ante el poder, ser conscientes de lo que ocurre, de que los ricos nos siguen robando y que los destacados nos siguen idiotizando a través de todas las pantallas disponibles. Comprendo los argumentos de esas personas, pero no creo que vayan a superar el escalón en el que siempre se encontrarán, no por culpa de ellos sino por culpa de quienes los rodean. Estoy hablando del estadío de decepción constante, el lugar de quien se da cuenta de que la marcha inalterable del rebaño nos llevará hacia el abismo. No guardes tantas esperanzas, amigo mío. Los únicos que evolucionarán en este mundo serán los Bulbasaurs.

Quien era crítico antes, lo seguirá siendo después de esta nueva aplicación. Quien tenía un pasatiempo que le gustaba, quien tenía una pasión que lo inspiraba a vivir, no la dejará por el advenimiento de los Articunos.
De la misma manera, a aquel que antes le importaba poco y nada que un niño del mundo muera de hambre cada quince segundos, poco le importará ahora, haya descargado o no Pokémon GO. En definitiva, los espacios deben ser llenados con algo más que una existencia inanimada, porque somos bichos raros y poco saciados, y no parece ser más realizador hacer zapping entre el 3 y el 16, que vivir en una realidad de fantasía como la de los libros más sublimes o los pokémones más difíciles de cazar.



domingo, 24 de julio de 2016

Micro 0001 . txt

COLONIA
Volviendo de la plaza me crucé con una muchacha que llevaba puesta una calza y una chalina,
ambas extrañas.
La primera tenía una pierna azul con estrellas blancas
y la otra pierna adornada con tiras rojas y blancas.
La segunda era roja con estrellas blancas.
Ambas cosas, claramente, alusivas al imperio.
Sin poder comprender por qué alguien vestiría de tal manera, reaccioné
como reacciono muchas veces, lanzando al aire una expresión en voz alta.
“What the fuck?” me dije, en inglés.

Entonces entendí todo.

viernes, 22 de julio de 2016

Micro 0000 . txt

PUÑALADA
Quien escribe debe sospechar, a priori, cuanta extensión necesitará el nuevo texto.
Sobre todo cuando se tratan temas del corazón.
Es sabido que solo se necesita una puñalada precisa para matarlo,
y algo más para perturbarlo.

domingo, 17 de julio de 2016

miércoles, 13 de julio de 2016

Marmotas volando en "V"

“It’s always February 2nd and there’s nothing I can do about it”
Bill Murray. Groundhog Day


Siempre estoy fuera de onda.

Nunca vi ese video, nunca supe quién era la modelo de las fotos.
Siempre me entero último cual es el plan de la marmota. El que se repite con pequeñas variaciones, levemente distinto y con imperceptibles cambios para el público poco atento.
El tema del verano lo escucho en el invierno.
La novela del invierno jamás la miré.
Tampoco conozco el jugador del momento. Ni la pareja ganadora. Ni el carro más piola.
Pero al menos lo que sé, lo sé debido a que mi espíritu habita debajo del punto más alto al que puedo aspirar.

Accionando el cricket de mi cabeza, levantando los grados necesarios para observar allá arriba, bien volado, como los pájaros practican la formación para no llegar a ningún lado, para atarse también a las riendas de la obligación. Porque ser pájaro es ser “V”, ser capitán y también marinero. Observo el mundo donde no hay hits ni marmotas. Miro el cielo que me condena a estar por siempre perdido, como turco en la neblina. En realidad no es neblina, es humo de cigarrillo. Y no soy turco, soy argento. Y estoy tirado en el pasto de la plaza Mitre.

Jamás alcanzaré un punto más alto del punto más alto al que puedo aspirar. Tampoco responderé afirmativo lo que se supone que debo afirmar. Por ejemplo, nunca voy a decir “si” a “che Gabo, ¿viste ese video?”. Porque claro, nunca vi ese video.

jueves, 30 de junio de 2016

Parí al Maestro


No sabía si matarlo o aplaudirlo de pie.


Todos y todas le hicimos pasar un papelón a nuestros viejos.

Deuda que la vida se encargará de cobrar en la venida de la generación siguiente, cuando nuestras hijas e hijos nos coloquen, alguna vez, en la misma situación. No se puede escapar. 

El niño, ve. La niña, sabe. Se sacó la marca y corrió al área. Va para cabecear y la mete redonda. Es contundente. Como si el 9 del equipo contrario hiciera ese gol histórico, tan jodidamente bueno que te dejara en silencio, absorto, sin saber si mandarlo a la mismísima mierda o aplaudirlo de pié el resto de la eternidad.

Los niños y niñas son absolutos expertos en hacer uso espectacular de las situaciones embarazosas, sobre todo si la persona responsable de su cuidado y educación (mamá, por ejemplo) está allí, muy cerca. Todavía más si hay público, bocha de público. Y qué decir si es un evento importante, como el cumpleaños de fulano o la sala de espera del pediatra. 

Y eso es un don, señoras y señores. ¿Vos decís que no? ¡¿Qué hubiera sido de esta existencia sin el ridículo, la duda y la transgresión?! Es que no entienden el favor que nos hacen los niños al romper los protocolos, estúpido invento humano para enfriar los rituales y recortar el margen del error. ¡El error! Fundamental elemento de crecimiento. Los pibes vienen al mundo, primeramente, a no dejarnos ser cobardes. 

Desentrañé la belleza de este don – que no merece tan mala fama, creo yo – cuando me di cuenta que parí al maestro. 

Nicanor es experto. Tendrían que verlo. El valor interpretativo de sus papelones son extraordinarios. No escatima de recursos. Mete saltos, mocos, lagrimas, caras, gestos, sonidos, sabe colocarse en la luz indicada y es implacable a la hora de recitar sus monólogos, siempre crueles, siempre dramáticos. Empieza con un silencio. La cara va armándose de emociones, se empapa de a poco, la vena de la frente se hincha. Tiene momentos, pases, climax. Explota, retrocede, arremete, se vuelve a retirar. Sus finales son siempre inesperados (un efecto tremendamente complicado de producir en alguien como yo, precisamente, que lo traje al mundo). 

Ayer le tocaba el acto escolar, donde nos hacían pasar a "los papis" para ejecutar un ritual que las maestras habían planeado, como símbolo del “traspaso de los valores patrióticos”. Era muy simple. Los niños subían al escenario. Los padres y madres entrabamos con la bandera que se colocaba, luego, en una canasta que se entregaría a los niños y niñas. Luego cada familiar le colocaba una escarapela a cada niño, correspondientemente, mientras las maestras entonaban una canción infantil sobre los valores de la Patria. Fin. Tranca, 120. Un plan que falló desde el minuto cero, cuando la fila de infantes se abrió camino por entre el público de una manera muy extraña. 

Avanzaban dos pasos y paraban. Otros dos, y otro alto. 

No me costó nada darme cuenta que Nicanor era quien retardaba la fila. Por ser el más alto, es el último y esto es un poder que un maestro sabe reconocer. El protocolo indica un paso atrás del otro, ininterrumpidamente. El chabon desmoronó todo agregando solo un elemento a la marcha: un alto. Un alto breve, suficiente para evitar el reto de la maestra, quien, comúnmente, encabeza la fila. La pobre avanzaba de espaldas y, al detenerse los niños, amagaba con ir a encauzarlo. Pero Nicanor retomaba la marcha al instante y, con él, toda la fila. La canción que estaba prevista acompañar la entrada de la Sala roja, terminó antes de que ellos llegaran al escenario, naturalmente, debido al imprevisto. Por lo que el último minuto fue en completo y brutal silencio. 

Para mis adentros ya sabía que era una marcada de cancha. Sutil como lo son todas las genialidades. Sin vuelta atrás como lo son las incorruptibles leyes del Universo. Con una simple movida el tipo había hecho dos tiros infalibles: por un lado, poner al mundo adulto en jaque, nervioso, una estocada que nunca buscó matar al adversario, solo hacerlo trastabillar; y, por el otro, la absoluta y total atención de sus pares, quienes vieron en su marcha modificada un elemento divertido y tentador. Se adivinaba en todos esos ojitos bien abiertos, la espera. 

Nicanor subió al escenario y, sin abandonar su ritmo, se colocó en el lugar donde le indicó la maestra de música. Para eso, ya había comenzado a introducir un sonido tenue, molesto, parecido al habla pero con los dientes cerrados. Es un sonido difícil de hacer. A mí no me sale. Si quieren hacer el intento, solo googlen algún monólogo de Shakespeare y traten de recitarlo con la dentadura pegada. Háganlo con la boca tirante hacia abajo y los ojos fruncidos. Traten de que, a falta de entendimiento directo de las palabras, alguien pueda adivinar, de todas maneras, lo que ustedes dicen. Porque yo, te juro, le entendía todo. Osea no, pero sí.

La maestra de sala roja y la de música cruzaron miradas. Sus rostros sonrientes conversaban con los ojos aceleradamente. Vi como la de la sala, con dos movimientos leves de ceja, le dijo a la de música: “Hacé que pare”. La de música, que estaba más cerca del chango, encogió los hombros pero la otra ya no la vio. Ahí nomas empezaron los primeros acordes de la canción de entrada de “los papis” y, en dos pasos, la de música logró tapar a Nicanor parándose adelante con la guitarra. Esto, en la jerga de los berrinches, es la señal para comenzar con la artillería un poco más jugada: los gestos. Sus manos se asomaban por detrás de la maestra con un dramatismo que, claramente, no estaba acompañando la feliz canción de la Patria. Algunas risas se empezaron a escuchar a medida que él más gesticulaba y las maestras confundieron esto con un repentino reconocimiento del público a sus propias actuaciones. Puntualmente, la de la sala naranja empezó a pedir palmas y a sacudir la cabeza con un frenesí espeluznante. Un lapsus que le duró 5 segundos (lo que le lleva al Súper-Yo cazar de la peluca al Ello y devolverlo a su lugar). Este exceso de energía de la colega, hizo que la de música se distrajera y cantara el estribillo final tres veces en vez de dos como está previsto en la pista de audio que acompaña. Y así la canción que estaba en Sol, terminó entonada en un Re raro, parecido al bemol al que nadie llegaba, y poniendo en evidencia que, en verdad, la maestra hacía que tocaba la guitarra. Su cara final se me grabó en la retina. Yo estaba subiendo al escenario con los demás “papis” en el momento exacto en que se quedó sin pista. Ella me miró con la cara desconsolada pero sonriente, siempre sonriente, que yo atiné a contestar con un gesto trillado de consuelo, como diciendo “Tranca, nadie se va a acordar”. Mentí, mala mía.

Con la bandera en la canasta, “los papis” nos acomodamos junto a los niños. Nicanor había tomado el fin de nuestra entrada como el fin de sus gesticulaciones. Ahora era una estatua con cara de culo. Me agarró de la mano, me miró serio. Me avisó. Yo supe que lo mejor estaba por venir, que todos los que estábamos ahí, ese día, esa hora, en ese acto, ni nos imaginábamos el tremendo final que él había digitado en silencio. 

Nos asignaron la escarapela y la tercera pista de audio empezó a correr. Yo me agaché, abrí el alfiler de gacho y, lentamente, con una mirada sostenida con Nicanor, me dispuse a colocársela en el delantal. Como dije antes, sus finales son siempre inesperados y jamás logro adivinarlos. Había pensado que el alfiler en la tela sería el interruptor, por eso trataba dilatar, de hacer goma al tiempo. Pero no. El alfiler entró, pasó y se cerró, y Nicanor solo me hizo una media sonrisa. Era lo que él quería. Quería que fuera la última y algún extraño rol cumpliría esa escarapela en el entramado final de su obra maestra. 

Y, como toda obra maestra, que a veces se nutre de improvistos no calculados en su digitación… la casualidad dio el presente y quemó uno de los foquitos que iluminaban el escenario. Lo juro. Fue el momento que me dio el último empujón mental para indicarme que tenía que escribir sobre ese acto escolar. El absurdo había entrado en escena y le había dado pie al niño, le dio la señal, el camino, lo abaló y le abrió las aguas. El himno nacional dio su primera nota. La intro se iba combinando con el monólogo a dentadura cerrada que Nicanor había retomado. Primero a muy bajo volumen, pero llegado al segundo 30 ya se notaba por encima de los violines. Las maestras retomaron la conversación de miradas y, para el segundo 45, tres se habían agrupado detrás del niño que balbuceaba. “Bueno, Nicanor, escuchamos… hay que quedarse quietito… mira que ahora vamos a cantar”. Optaron por colocar al niño del otro lado del grupo, pegado al parlante, en un intento desafortunado por anular su monólogo. Lo dejaron ahí y volvieron cada una a sus lugares rápidamente, justo para el momento en que comienza la letra. Eso es lo mismo que desmarcar a Messi nada más que porque está trotando. 

En el tiempo que lleva decir “Oíd Mortales”, Nicanor estaba en el centro del escenario y bajo el único foco funcionando. Cuando el himno dictó “el grito sagrado”, como si un hilo invisible se hubiera soltado, la dentadura se despegó. “Nooooooooooooooo quiiiiiiiieeeeeeeerrrroooooo cannnntaaaaaarrrr” gritó, mientras trataba de deshacerse del delantal. Volaron tres botones y se arrancó la escarapela antes de que tres maestras y yo, que habíamos reaccionado un poco tarde, pudiéramos bajarlo del escenario. 

El resultado dramático fue brutal. El escenario pareció vacío y el final del himno se cargó de un especial tinte emotivo. Incluso los aplausos que, comúnmente, acompañan su final, parecieron ser más vivos, más sentidos. 

Al terminar el acto, la maestra de Sala me agarró en el pasillo para darme algún tipo de sermón breve que asentí con la cabeza, pero olvidé al instante. Para Nicanor la función había terminado. No quería cantar y no cantó. Ahora sonreía, correteaba con sus compañeros. 

Un profesional.

Algunos pensaran que soy el peor ejemplo de madre que puede haber en el mundo. Puede ser. De seguro no soy el mejor, está claro. ¡Pero qué más da! Tampoco seamos tan solemnes. Yo disfruto esa incapacidad. No seamos como esos adultos, que en el frenesí organizativo pierden el humor y se frustran mucho con estas situaciones. Como esa maestra de música desconsolada a la que le mentí con un gesto trillado. Flaca, si estás leyendo esto quiero que sepas que aquel infortunio intenta ser, hoy, un relato literario. Como dije antes, el error es una cosa maravillosa y tiene un potencial sumamente poético. Yo te dije con mis ojos que nadie se iba a acordar porque eso te tranquilizaba, pero mentí. Lo que escribo acá es para que eso no se olvide nunca. 

El relato no es poético en sí mismo. Lo poético es el hecho, el deber del relato es impedir que eso se olvide y el mérito del maestro es que, con sus 6 años, nos descuartizó la certeza y me recordó que pisar el palito (o hacer pisar el palito) puede ser un arte y de las cosas más ricas y fascinantes para dar relato.


lunes, 27 de junio de 2016

Todos Genios

"Don't make me laugh"
Shao Khan



Round 1

Cuando Lucas Matthysse perdió la pelea contra Viktor Postol, yo estaba con unos amigos sentado en un sillón entre birra y comida casera. El K.O. fue contundente: Lucas prefirió quedarse en la lona para cuidar su ojo, el cual había recibido un fuerte impacto que había puesto en riesgo la retina del boxeador. En el momento en que desistió de la pelea, mis amigos estallaron en críticas. “¿Pero como te vas a bajar de la pelea por un golpe?”, “poné huevo, ¡estás peleando por el título!” decían algunos, junto con otras frases similares de reproches y frustraciones porque un argentino más había perdido.

***

El viernes pasado, como un viernes cualquiera, fui a entrenar. Al llegar al gimnasio la autoridad de la clase me dijo “Vendáte. Vas a hacer guantes con Elías”, por lo que dejé automáticamente de saltar la soga para cumplir con el pedido del entrenador. Elías es un púgil de 20 años y tiene 3 peleas como amateur, y practica para ser profesional algún día. Yo, en cambio, hago símil-recreativo, y a veces actúo como bolsa de papa de los que entrenan para competir de verdad.

Cabezal, protector bucal y guantes de doce onzas, y me subí al ring (“subir” y “ring” son formas de decir: en el gimnasio no nos habilitan las condiciones necesarias para hacer boxeo como dios manda). 

***
Round 2

¿Pero cómo explicarle a los pibes lo que es boxear, lo que es tener a un tipo en frente que te está pegando con todas sus fuerzas, que te quiere en el piso, y a veces te quiere matar? ¿Cómo explicarle a las personas lo que es estar ahí arriba, dando y recibiendo, con los ojos de otros mirando, con la integridad y el cuerpo apostados en el golpe del otro y en el propio, con nervios, siendo un gladiador para el deleite de las masas? ¿Cómo indicar el tiempo invertido, la destreza que se necesita adquirir con la cual no se nace, el sacrificio realizado por el deportista, el entrenamiento realizado para llegar a donde llegó? 

Si tan solo hubiésemos escuchado antes a Tévez opinar sobre Cristiano Ronaldo...

***

No habían pasado ni 30 segundos, cuando me comí un cross de derecha de mi contrincante, directo en la pera. El golpe me descolocó. De repente estaba mareado pero, aunque flojito de papeles, pude recuperar la estabilidad rápidamente para seguir bancando los golpes y largar alguno cada tanto. El otro no se cansó nunca de boxearme. Entraban todas sus piñas, me trabajó el cuerpo con unos ganchos y conectó, con mucha puntería, varios golpes en la cabeza. Yo, con la mano pesada por estar desacostumbrado a los guantes más pesados y sin fuerza, apenas lo podía acariciar. La pelea no pasó del segundo round. Estaba sin aire.

***

También, muchas veces, los que la ligan son Messi o el director técnico de moda.

***
Round 3

Cada vez que recibo un golpe al practicar mi patético boxeo, me acuerdo de los profesionales y cómo se los critica. Me acuerdo de la rodilla de Maravilla Martínez. Me acuerdo de como esquiva Mayweather. Me acuerdo de la mandíbula de Khan descolocada por Canelo. Me acuerdo del pómulo de Lucas. Cada vez que recibo una piña mi admiración hacia ellos crece y mis críticas son más profundas y sensatas, para con ellos y conmigo. 

Los impactos en la cabeza me vuelven más sabio y más humilde.

Lo que muchos no observan es que luego de toda pelea, en Las Vegas o en el ring de Jara e Independencia, los luchadores se saludan al terminar. Algunos se abrazan y se felicitan. Como Floyd y Pacquiao, protagonistas de la pelea del siglo, o como Elías y yo, el viernes pasado. Eso responde a un sentimiento noble, que pocas personas desarrollan, y que se denomina respeto. 

Pero solo se puede tener respeto a lo que verdaderamente se entiende y se conoce. Al resto de las cosas que a uno lo superan, o se les teme o se las agrede. Como a un boxeador que pone en riesgo su cráneo, o como a un Messi, a quien estúpidamente los argentinos cargan con la responsabilidad de ensanchar la grandeza nacional por fuera de las fronteras del fútbol.

***

Volví a casa y seguía mareado. Aterricé en el sillón como un astronauta en la luna. Me dije a mí mismo “tengo que aflojar con esto, ya no es para mí”. Estaba completamente roto y desahuciado. 

Y cansado. Me habían vencido.

La piña en el ojo de Matthysse me había vencido a mí también. Él perdió, al igual que yo, aunque comprendí que no había nada que recriminarle.

Tampoco había nada que recriminarme a mí: la birra en demasía produce mareos.

sábado, 18 de junio de 2016

Lo Candente

Generalmente me impongo la presión de opinar sobre el suceso del momento. Sin embargo, en caso de animarme debo a su vez hacerlo rápido, lo que por lo general me bloquea el discurso y me hace dudar sobre mi capacidad de escribir algo más o menos coherente. El vertiginoso flujo de información y las opiniones de los más destacados comentaristas y los más informados militantes hace que uno sienta que se sienta muy atrás. Raramente se puede poner pausa y pensar. Solo se escupen visiones de lo ocurrido, la mayoría de las veces desde la bronca o la pasión. Y esto ocurre con todo, porque el minuto a minuto demanda, los tuits se acumulan y debes estar preparado para el Intratables de la noche. Saber cuál es el tema candente.

Parece entonces que el tratamiento que se le da a las noticias, y ni hablar al hecho real (separando la realidad de su construcción a través de los medios) es efímero y oportunista, y mezcla los grandes debates con las individualidades más inoportunas. Por ejemplo, este tal López y sus millones enterrados vienen a justificar las razones que los anti-k volcaron con sus votos en un Cambiemos. ¡Y es tan simple! Se toma el caso puntual y se lo generaliza, se lo considera característico del resto de miles de personas que han apoyado o siguen apoyando “el modelo”, como si el pibe veiteañero militante de la Cámpora en Ramos Mejía, que iba todos los sábados a servirle un pan con manteca a los chiquilines del comedor, bancara ese tipo de atropellos en monasterios, amén.

Entonces, cuando escucho (o mejor dicho, leo) cosas por el estilo, es decir, generalizaciones falaces, me pongo en modo Fantino y digo “para para para para…”. Y trato de pensar, lo cual me deja afuera del mercado de los posteos fugaces. Le doy así mucha vuelta a un asunto que otros solucionan muy sencillamente, levantando una bandera u otra y poniéndose de un bando o del otro cual hincha fanático de su equipo de fútbol, que espera cualquier noticia, la más mínima información, el rumor más absurdo, el mensajito en el celular del Pollo Vignolo que diga algo de interés sobre su club y la próxima fecha, aunque luego se demuestre la falsedad de tal dato. Así es como hoy un Brancatelli parece tirar por borda toda su ideología (independientemente de lo que yo o vos o cualquiera opine sobre ella) cuando en realidad lo que debería hacer es estar enojado con los pocos (en términos relativos: pocos. En términos absolutos lo dudo) que han usufructuado por esa ideología. El caso de López, o Lázaro Báez, por ejemplo. Branca: no está mal si esta última noticia te indigna, porque una cosa es un ideal (discutible, por supuesto) y otra y muy distinta son sus supuestos constructores. Es como que pongamos en duda el plan “Pobreza Cero” de Mauricio, desde un punto de vista ético o utópico. ¿Quién puede estar en contra de tal idea? ¿Quién? Que levante la mano, por favor. 


(Aclaración: se entiende que, en este caso como en tantos otros, la propaganda PRO ha mentido descaradamente, y hoy sabemos que la promesa no se cumplirá, dato confirmado por Marcos Peña. Así, la máxima indignación se debe a que se podría haber evitado el acceso de Macri al poder si se hubiera votado inteligentemente, pues sabíamos que nos mentía desde un principio). 


La mayoría comenta y pasa a otra cosa, es decir, mañana se olvida de López, de lo que realmente es y representa López (el sujeto corrompido por el dinero y el poder que emana del sistema político y económico), como se ha olvidado de centenares de otros casos. Pero estos casos van siendo colocados en una misma bolsa o, utilizando una metáfora más acertada, se pegan todos juntos como en una gran bola de plastilina la cual se guarda en el bolsillo. Luego, si uno no recuerda qué opinaba de tal colectivo o tal partidismo, no tiene más que volver a sacar esa gran pelota pegajosa para decir “Aaah cierto. Esto era. Así era”, y seguir escupiéndola o llenándola de moco para conformar así una opinión amorfa y simplista de las individualidades que conforman un colectivo. Como si fuesen comparables un peronista de 50 años con uno de 20, un justicialista de Salta con uno de Neuquén, un oyente de Dolina con un televidente de 678, un keynesiano con un admirador de los Montoneros. No son lo mismo. Es decir, López y el pibe militante de Ramos Mejía no son lo mismo. Y es, luego de pensarlo un rato, una característica crucial que los diferencia: uno es corrupto y el otro no. Seguramente haya muchas, muchísimas, otra más.

¿No es esta la grieta que tenemos que cerrar? ¿No es este el motivo por el que los argentinos nos debemos unir? ¿No es la lucha contra la corrupción, esté donde esté, venga de donde venga, la que se debe librar ante todo? Entonces, si la respuesta a esas cuestiones son afirmativas, que debemos combatir tal situación, ya no importa, de momento, qué remera lleves. Porque si sos kircherista no podrías perdonar tal característica en ningún funcionario, y si fueras anti-kircherista no habrías votado a un tipo que es corrupto desde el vamos. Es decir, los unos no defenderían lo indefendible, y los otros no justificarían lo injustificable. Y por supuesto, cuando vieras pasar a otro argentino usando la camiseta del equipo contrario, no tendrías el impulso de gritarle “¡chorrrrro, ustedes se robaron todo!”, porque ese “ustedes” homogéneo no existe. Lo más probable es que ese pibe militante no haya visto ni un peso de los enterrados en el pozo, y haya pasado frío muchas mañanas sirviendo panes con manteca en algún comedor de Ramos Mejía mientras otros la robaban en pala.

Todo este texto se podría haber sustituido con un post acorde a las nuevas formas de comunicación, que no permiten parar la pelota y pensar. El tuit podría haber dicho: “No generalicemos. Cárcel a los corruptos, estén donde estén”, pero ya es tarde para opinar del tema y debemos pasar a otro, más candente.


jueves, 2 de junio de 2016

#NiUnaMenos

Quiero volver a compartir un texto que escribí tiempo atrás (lamentablemente no hace tanto tiempo atrás), en linea con la consigna que hoy nos congregará a muchos en la marcha de Ni Una Menos.
Espero, en lo posible, aportar algo a la causa con estas pocas líneas. Tal vez de tantos golpes que demos con el martillo, aquellas personas que deben escuchar, escuchen.
Además, esta vez me tomé la libertad de elegir una foto de ellas. No iba a hacerlo, pues aun no logro saber cuál es el límite entre el morbo y la empatía (esa fina linea que se dibuja en aquella foto del niño sirio tirado en la orilla, de nombre Ayran, en la del buitre a punto de comer al niño desnutrido africano, y en tantas otras más). Sin embargo, me animo a colocarla para que tomemos consciencia de que los asesinatos, las violaciones, el abuso y el maltrato no se realiza a mujeres anónimas, sin expresiones, sin cuerpos ni personalidad. La violencia se ejerce sobre mujeres con caras y nombres. 

Hoy marchamos. Ni Una Menos.



Soy viajero, pero soy hombre.
Soy mochilero, pero soy hombre.
Hasta viajé en bici solo, pero solo porque soy hombre.
También hice dedo en lugares no muy amenos. Inclusive hice dedo sin un mango y sin comida, pero aun así seguía siendo hombre.
Me vi forzado a dormir entre cartones y personajes sin hogar. Pero era hombre en ese momento y lo sigo siendo ahora que volví de esos viajes.
Acampé en soledad o acompañado. Recorrí lugares a donde pocos van; fui a fiestas y peñas concurridas, pero nunca perseguido, porque nací con pito.
Ni mis hermanos saben por dónde anduve, ni siquiera por dónde camino todos mis días. No le aviso a nadie, a ninguna persona le consulto como vestirme. Porque, claro, soy hombre.
Y no es que en el sur o en el norte haya más peligro. Ni siquiera al viajar en Latinoamérica o al salir de joda lo hay. Solo basta con encender la tele o leer un diario, y la justificación conservadora está ahí, la más dañina de todas. Y si no sos macho, ¡doblegate a las reglas del machismo!
Que triste suenan algunas campanas del miedo y la resignación, de la estigmatización, de las ideas más repulsivas y nefastas, de que "¿cómo viajan solas?", de que "¿cómo viajan siendo mujer?", de que "¿cómo se visten así?". Que triste.
Porque son los hombres las amenazas y las voces de quienes callan.
No las conocí a Marina y María José, pero pude haberlo hecho, pude habérmelas cruzado en un fogón o en un camión. Y a lo mejor compartir la historia de cada uno, de porqué viajamos, de porqué exploramos, de porqué el escape a la rutina y al gris de la sociedad sofocante. Pudo haber pasado, pero ya no. Ya no tendré esa oportunidad.
Pero soy hombre, y puedo seguir viajando sin miedo.
Y puedo hacer dedo.
Y puedo acampar en la frontera.
Y puedo revolear el celular y no rendir cuentas a nadie.
Ojalá algún día las reglas sean iguales para todos, y así podamos sacarnos la mochila que el machismo carga en nuestras espaldas para ponernos la mochila de mochileros. Y que dejemos, de una vez por todas, de asesinar chicas en cualquier lugar del mundo.


miércoles, 1 de junio de 2016

lunes, 30 de mayo de 2016

Abogada con talento

"Fuck the war!"
Graffiti a la entrada del refugio.



Actualmente el mundo se maneja por ellos. No hay forma de sobrevivir en esta vorágine sin consultar a los doctores. Ellos dictan las leyes, ellos delinean el destino. Sin embargo, cuando las papas queman y la comunidad tiene que recurrir a los instintos más bajos para sobrevivir, no te sirven para nada.

"Abogada con talento" leí, luego de aceptarla en el refugio. "¿Abogada con talento?" dije yo. "¿Para qué quiero una abogada con talento en el medio de este quilombo?".

Si no jugaste al This War of Mine, paso a explicarte: Manejás un grupo de civiles sobrevivientes de una guerra, que quedaron atrapados en la ciudad de Pogoren, Graznavia, por el fuego cruzado entre militares y rebeldes. El juego se gana si sobreviven los personajes. Cada uno de ellos tiene cierta habilidad. Uno es cocinero, el otro es experto en combate, el otro es mecánico... Y Emilia es una abogada con talento.

Una abogada que come la comida que otro roba, que usa una cama que otro construyó, que exige cuidado mientras alguno de sus compañeros arriesga su vida por algún suministro. Que vive de otros, básicamente, y te consume una latita de morfi cuando bien podrías alimentar a otro personaje más útil. ¿Qué alegoría mas perfecta de estos garrapatas del sistema? 
Emilia es una boca que alimentar. Es un cuerpo al que debo cubrir con una frazada. Entre todos, entre Arica, Bruno y Roman la mantenemos. Emilia no hace nada, solo demanda a los demás. Y encima está triste.

En pocas palabras, no es útil, no me sirve, pero no la puedo dejar morir. ¿Qué dirán de mi y de mi moral si la hago asesinar? ¿Cómo se pondrá el grupo si dejamos que eso pase? Después terminan todos deprimidos, y la culpa es completamente mía. Los ahorcados pesarán en mi memoria.

¡Ja! Abogada con talento... Cuando el mundo se vaya al diablo no los vamos a necesitar.

El postre de la noche: Banana Split



No hablaremos de frutillas, ni naranjas...nos centraremos únicamente en las BA-NA-NAS.

Especie de plaga constantemente en alza, que se renueva en repertorio, en modelos y formas.

El banana promedio tiene una forma extraña de razonar (si le podemos decir “razonar”), casi actúa y habla en forma mecánica y repetitiva, por lo que se hace total y brutalmente predecible…
Y acá voy a aplicar una linda analogía para recordarles o figurarles el rechazo que un banana puedo provocar:

Viste cuando estás en medio de una tarde con amigos, tirados en la plaza o estás haciendo cucharita un domingo a la tarde… y te suena el teléfono… atendés y te sale una mina hablando con una cadencia tipo casette y te dice “Buenas tardes, ¿me estoy comunicando con Fulanita Rodríguez? La estoy llamando de la empresa Telefónica. Queríamos ofrecerle… bla bla BLA BLA”. Y vos no sabes cómo cortarle el chorro educadamente y la mina te sigue hablando, y hablando, y hablando. El tono de su voz nos da cuenta de la falsedad de lo que dice y no importa cual sea su discurso, siempre nos da la sensación de que “nos está cagando”….me explico?

Por otro lado, el banana tiene un autoconcepto algo inflado: cree (secreta o divulgadamente) que es en verdad atractivo, irresistible, que tiene más posibilidades que cualquiera de sus otros amigos. Pero por sobre todas las cosas (y esto me irrita sobremanera) está totalmente convencido de que es gracioso… El banana no duda en utilizar toda una artillería de chistes malísimos o, lo que es peor, de doble sentido!.
En resumidas cuentas el banana promedio cree que es algo así como un shopping… eso sí, sin librerías y muchos peloteros…

¿Qué peor que un banana?....claro! UN GRUPO DE BANANAS!

En combo con otros, estas cualidades se potencian a niveles intolerables. Se ponen en medio círculos alrededor de una o varias “ameguetas” y comienzan el despliegue de la pelotudes…
Hasta acá…nada nuevo.

Se que los varones que lean esta nota dirán: “ehhh! Y las mujeres que??”

Y si chicas, hay que hacerse cargo de una cosa: partiendo de la base de que “la culpa no solo es del chancho, sino del que le da de comer”, podemos decir que no hay banana que no encuentre el DULCE DE LECHE.

Las muchachas somos la otra cara de la cuestión. Hay quienes lo padecemos tanto como una mosca en la oreja y está la cual le encaaaaaanta la banana.

Como dije, el banana existe por algo. Es el aglutinamiento de las prácticas más machistas, pero del machismo más barato y pedorro, y al mismo tiempo el más aceptado. El banana vive en una sociedad donde ser lindo, gracioso, líder y canchero se presenta como la única forma de ser atractivo y donde la mujer es el premio, el objeto a poseer… y lo peor chicas es que aceptamos ese lugar como el natural, como el así debe ser… y nos prestamos al boludeo, a la minimización de nuestra esencia, hacemos el papel de vidriera.

En toda esta cuestión del levante hay una cosa subliminal que me irrita: UNA MUJER SOLA, ES UNA MUJER NECESITADA; UNA MUJER SOLA, BUSCA UN HOMBRE QUE LA CONQUISTE. Y ahí es donde tiene razón de ser el banana, ahí es donde entra a escena, suponiéndose el fin de todos esos males. Creyendo, erróneamente, que esas frases trilladas, sabidas, repetidas o con la insistencia potenciada, harán que una mina caiga a sus pies.

“¿Qué hace una mujer tan linda sola?”
“Te puedo hacer un poco de compañía si querés”
“Tenés cara de estar mal, si querés te puedo alegrar”

Son todas frases patéticas, pero la última entenderán que es la más nefasta. No me quieras hacer creer que estoy mal, vos estás mal tarado! (catarsis) Es una de las formas más usadas en la que el banana intenta parecer buena onda, mostrándose sociable y, por sobre todas las cosas, sensible; tanto como para preocuparse de vos y de tus sentimientos (no es morboso?).

En otros casos el banana puede ser un amigo de un amigo o amiga, y no evitará esta primera parte de caído del catre. Te pregunta el nombre y ya está, tiene tooooda la cancha para desplegar su arsenal.

B (de banana, no de batman): ¿hace cuanto lo conocés a Cachito?

Yo: de la facultad, estudiamos juntos

B: Ah mirá! ¿Qué estudias? (no le interesa verdaderamente pero preguntarlo siempre genera una buena impresión)

Yo: sociología

B: Ah mirá! (para esto estamos en la pista de baile y el banana está tratando por todos medios agarrarme de la mano para bailar) yo estudio para Contador
Como yo no le pregunté, sino que él sigue la conversación solo, mi respuesta es:

Yo: ah….mira vos

Un largo “silencio” (con mucho ruido)… y el banana elige otro recurso:

B: ¿querés? (me pasa su trago)

YO: bueno

En ese momento hará algunos comentarios sin contenido sobre los tragos, para demostrar cultura alcohólica. Mientras, finge ser empujado constantemente de atrás para acercarse a mí. Dándome cuenta de su intención, me voy para atrás.

Como el banana no tiene mucha imaginación, no pone mucha atención en lo que dice, mucho menos en lo que una contesta, su único método es tirar una pregunta atrás de la otra para, mechados con los chistes de los que ya hablamos y una sonrisa forzada todo el tiempo, intentará hacernos creer que “nos estamos conociendo”. Por supuesto, no dejará de reírse de todo lo que digamos. Esto último es muy fastidioso y triste, ya presupone que de esa manera mi autoestima crecerá (recordemos que cree que soy una pobre infeliz).

Preguntas típica hay bocha, pero estas tres son pieza fundamental de la bananes:
*¿tenés novio?
*¿Qué estudias?
*¿De que signo sos? (increíble, pero me la hicieron)

Y dirá frases trilladas tales como:
*¡No puedo creer que no tengas novio!
*Sos muy linda y copada
*Mi noche era un bajón hasta que me puse a hablar con vos
*Entre vos y yo…hace mucho que no estoy con nadie
*¡No puedo creer estar hablando con una mina como vos! Pensé que no me ibas a dar bola
*Sos un cago de risa, me encanta tu sentido del humor
*Sos la chica más linda del boliche

Si para esto son las 4 y media de la mañana y el banana todavía no nos sacó un beso o el número de teléfono o, en mi caso, la cara de orto, cambia totalmente el discurso. De ser la mina mas linda del boliche, la mas copada y graciosa, pasamos a ser las locas, las resentidas, las paranoicas y perseguidas, las histéricas y mala onda. Nos tratará de convencer de que él nunca tuvo la intención de levantarnos y que estamos pensando mal….flaco! me quisiste encajar un pico hace 5 minutos!

A ver… yo he llegado a empujar a un chabon diciéndole que no me interesaba ninguna cosa que me quiera decir…Y EL FLACO SIGUIÓ INSISTIENDO! Cómo no me voy a poner mala onda! Me estas rompiendo las pelotas hace 3 horas.

La atracción no nace por la insistencia, todo lo contrario. Hay chicos hermosos cuya actitud bananistica hace caer en picada mi temperatura a CERO COMA CERO.

Tal vez pueda sonar verdaderamente como una loca resentida, Ok.

Bien loca, y bien ANTIBANANA!

Y la existencia del banana nadie la puede negar!

Son lo más despreciable de la noche marplantense… lo hay tan obvios como los que narré y otros que se hacen las nueces y son pura cascara.

El banana es aquel hombre vacío, con miedos e inseguridades incapaz de reconocer, que busca minas tan predecibles y vacías como ellos, que anda a la caza y en constante competencia con los otros “machitos”. El banana olvida amigos emborrachados en el cordón de la vereda, olvida la mina que se agarró hace 5 minutos y olvidará seguramente a la que está besando en este momento. Volverá a su casa con olor a mujer, riéndose bajito y esperando una reunión con amigos para contar sus aventuras. El banana fuma solo cuando sale, porque le queda canchero, y no está con mujeres, se agarra “minitas”.

Lamento hablar de estos personajes y admito que estuve siempre al borde de incluir la frase conocida…esa que dice “todos son iguales” o incluso apelar a “todos tienen un banana interior”… pero no lo voy a hacer…

Así que hombres del mundo! Oid! Pues debe existir en esta Tierra los dignos de gritar bien fuerte:
“YO NO SOY BANANA!”